Por pura suerte, me tocó leer, uno tras otro, a tres autores de misterio detectivesco japoneses. Nada que me moleste, pues este género literario me gusta muchísimo y Sir Conan Doyle con su Sherlock Holmes, me enloquecen. Otra curiosidad con respecto a estos libros que leí por azar, es la temporalidad de los autores; es decir, empecé por el más nuevo y terminé con el más viejo. Esas cosas misteriosas que tiene la vida aunque uno de los personajes de estas novelas clama que: “En este mundo no hay nada misterioso”. En fin. Aunque me referiré más a los libros que a los autores, creo que es importante hacer una referencia a ellos. Voy a empezar, entonces, por el autor más viejo, o sea, el autor de la última novela.

Edogawa Rampo (Hirai Taro) [1894-1965]

Edogawa Rampo, el seudónimo de Hirai Tarô, considerado el padre del género de misterio moderno en Japón. Obviamente, su autor favorito era Edgar Allan Poe, de donde toma su seudónimo, también sigue a Arthur Conan Doyle y a G. K. Chesterton. Edogawa se caracteriza por incluir lo erótico y lo grotesco en su obra. La novela de la que hablaré es: Los crímenes del jorobado, publicada entre 1929 y 1930, en entregas en uno de los periódicos de más renombre en Japón a principios del siglo XX. Naturalmente, por ser Edogawa, está cargado de elementos grotescos y eróticos, y esta novela, tiene la peculiaridad de tomar el tema (no tan) vetado de la homosexualidad. 

El siguiente es Yokomizo Seishi, conocido (o amigo, tal vez) de Edogawa Rampo, dejó su carrera de farmacéutico para dedicarse a la literatura. Yokomizo, al igual que Edogawa, creó a un detective que aparece en muchas de sus novelas: Kindaichi Kosuke. Tal vez, Yokomizo no tiene el genio ni la sensibilidad de Edogawa, pero no por eso deja de ser un autor muy querido de Japón, incluso, existe un premio con su nombre. Yokomizo está más enfocado al misterio, en cambio Edogawa, al terror, lo grotesco, lo erótico y lo sin sentido. El libro del que hablaré es: Gokumontô, publicada en 1947.

Kyôgoku Natsuhiko nació más o menos cuando Edogawa muere y a Seishi le queda poco tiempo. Actualmente, es uno de los autores de misterio japonés más reconocidos en Japón y sus obras se centran más en los yôkai (o demonios) y también tiene una serie de libros con un “detective” llamado Chuzenji Akihito. Un personaje bastante peculiar pues es un investigador de fenómenos paranormales, un monje y un librero. Es bastante racional e irónico. La novela debut del autor es: El verano de la ubume, publicada en 1994. 

Las tres novelas, aunque tienen muchos años de diferencia, tienen varios elementos en común que llamaron mi atención y que no había notado con otras novelas, como en el caso de Higashino Keigo (el autor de la serie de Galileo), o Miyabe Miyuki. 

El primer elemento es el detective. Obvio en la figura de Kindaichi Kosuke de Yokomizo, difuminado en Chuzenji Akihito y oculto en Moroto Michio de Edogawa. Este personaje es el encargado de darle lógica a la situación sobrenatural, grotesca e increíble de la novela. Los tres personajes tienen una personalidad algo retorcida y atípica: Kindaichi es un detective hecho y derecho, pero tiene la mala costumbre de vestir con harapos y rascarse la cabeza constantemente, Chuzenji es un monje ateo y Moroto es homosexual y un médico sin escrúpulos cuando se trata de hacer investigación. Los tres personajes llevan al lector o al protagonista de la mano a descubrir el crimen, con elucubraciones o muy complicadas (Chuzenji) o demasiado obvias (Moroto y Kindaichi). Aquí, hay una ruptura natural pues el personaje de Kyogoku ya no el habla a un público de principios del siglo XX, sino de finales del XX e inicios del XXI, por lo que más que ayudar al protagonista se burla de él por pensar de manera tan arcaica, tal vez también se burle un poco del lector. 

El siguiente elemento es que “todo queda en familia”. En las tres novelas las familias malditas y las herencias son el motor. Familias podridas, deseosas de ser lo que eran, buscando desesperadamente dinero para poder resurgir de las cenizas. Los detectives se quedan perplejos ante la condición humana de preferir el dinero y la venganza ante los miembros de la familia. No se necesita todo el mundo, un par de islas y un viejo hospital que se cae en pedazos son más que suficientes para que crímenes atroces, perversos e inimaginables tengan lugar. 

El papel de las mujeres, es elemental. Pueden no ser solo las víctimas, sino las victimarias. Todas mujeres de belleza extrema que logran opacar la visión del protagonista en las novelas de Edogawa y Kyogoku, aunque también confunden a Kindaichi. Las mujeres son las que cargan tras ellas la desgracia y la maldición de la familia. Así como pueden ser seres extremadamente dulces e inteligentes, también pueden estar atrapadas en su propia desgracia. 

El amor. Ya sea filial, de pareja, o de lealtad, el amor es otro motor importante en las tres obras. Sin él, los personajes se quedarían cruzados de brazos dejando al mundo pasar. Dejarían que el odio y la venganza pasaran encima de ellos sin importarles nada. En Edogawa, Minoura actúa para vengar a su amada con la que quería casarse, y el mismo Moroto actúa por amor a Minoura. Con Yokomizo, el amor filial del hermano moribundo que pide a Kindaichi que vaya a Gokumontô para salvar a sus hermanas. Y en Kyugoku es el amor incondicional y caprichoso lo que desencadena la serie de eventos desafortunados.En lo personal, prefiero las novelas de Yokomizo y Edogawa, sin quitarle el crédito que Kyogoku merece, pero soy un poco más inclinada a los clásicos que a lo contemporáneo. Conozco de antes a Yokomizo cuando leí El clan Inugami, también muy recomendable que recopila estos mismos elementos, y cómo no, al fascinante Kindaichi Kosuke. De Edogawa Rampo leí cuentos cortos, muy parecidos al terror de Poe, pero con ese nivel japonés que hace que lo “parecido” no sea “tan parecido”. De Kyogoku Natsuhiko es lo primero que leo, pero investigando vi que algunas de sus obras se han hecho películas y anime. Mientras espero la traducción, puedo descubrirlo un poco más de esa forma.

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